viernes, 8 de febrero de 2013

Murmullos de agua dulce.

No sé en que parte del relato, del camino, desvié mi visión, mis pensamientos y mi percepción. No recuerdo lo que es pensar en algo que no esté prehecho. No sé en que momento olvidé lo que sentía sentirse vivo, vivo por el hecho de sentir. En humedecerme con una diluida lluvia o ahogarme en un bar de melancolía. Será aquél bar, aquella tarde donde tu mano partía, se despedía y abandonaba una, una vez más mi cuerpo. Que otra vez caía, me golpea. Me abandonaba en el medio de Puerto Madero, entre el agua y las luces de la ciudad. Minutos antes, en el puente de la mujer, retrataba esa cálida imagen que siempre llevaré impregnada para toda mi vida. Reírnos al chocarnos borrachos, provocado el imparto por la falsa marea en la fragata Sarmiento mientras se sacudía la puerta de un viejo camarote. Ni mil lenguas de agua summarina puede quitarme el fervor que siento yo aquí. Asomada en la proa, iluminada por diminutas luces que reflejan en las cuerdas del barco la luna, te escucho hablar, pero, al mismo tiempo, te re descubro, me pierdo y me desvanezco a envolverme en esos dulces ojos negros. Se bajan las luces, se detiene la gente y el aire corta como una navaja. Me cuesta la respiración y la transpiración me brota por todo el cuerpo. Posiblemente esté muriendo por un caro cardíaco, o tal vez solo duró un momento. Desprestigiando al noble caballero del medioevo, dejé de escucharte inconscientemente para caer en los abismos de tu esencia. Sepa disculpar Mademoiselle pero no tuve otra oportunidad frente a tal pintura. ¿Donde quedaron esos momentos, esos instantes intensos, impulsivos, dolorosos, eternos, en que solo me matabas de esa forma? Solo moría a costa y por decisión tuya, solo moría, y volvía a morir por tí. Ahora, transito las mismas calles, las mismas personas que no conosco me vuelven a saludar y, aunque no me hablan, preguntan por tí, por lo que pasó y lo que ah ocurrido. Estos paisajes preguntan por tí y mis recuerdos también. A través de Celeris, veo por las ventanas la universidad donde juramos que nunca estudiariamos y que también nos bendijo con la sombra de Puerto Madero de amor eterno, me subía a un bloque de cemento y jugaba con un gran amigo al ser publicista de una empresa que tendría al mundo en su mano, como ahora mismo lo hacen tantas. Allí, cerca de los grandes estacionamientos, me irradia la piel el grandioso Luna Park, titán del rock que explotaba nuestras gargantas en gritos de rebeldía, como también nos susurraba canciones al oído. Así, tirado, con el papel que un día escribimos sin vernos la cara pero si el corazón, terminó el último cigarro que me congela un poco más, en un banco en pleno Puerto Madero. Como aquellos momentos que tanto reclamo, que tanto ansío, el viento se lleva las promesas, las canciones, los recitales melódicos en un automovil y mi alma.

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