viernes, 8 de febrero de 2013

The Corriente's Bar Club.

"El día que me quieras
Endulzará sus cuerdas
El pájaro cantor.
Florecerá la vida
No existirá el dolor."

Así, Carlos Gardel suena en cada uno de los rincones, de los bares, de la sombra que ocupa a Buenos Aires y la calle Corrientes, radiante y luminosa como pocas ciudades en el mundo. Ese brillo, esa luz de los grandes aupiciantes que contrastan dinero con la total pobreza y abandono de personas que se establecen por toda la 9 de Julio, la avenida más ancha del mundo. En ella, corren historias, relatos que embellecen la ciudad. En una de todas ellas, estamos nosotros. Entre la tragedia y la comedia me enamoraste, me dejaste entrar a siglos pasados, dramas familiares y hasta historias ya conocidas por todos, pero vividas como nadie. El teatro que lleva el nombre del Libertador, San Martín, me abruma con sus colores, su vida y su aspecto, me invita a escuchar relatos de todo tipo. Sobre la calle más importante de Buenos Aires, las inmensas marquesinas seducen a los espectadores indecisos que orbitan por ahí. Allí, en Clásica y moderna me decías que te atraía un tipo buen mozo e intelectual, que podría recitar la Odisea sin ni siquiera, suspirar. Yo dije: "Bueno, hombre, tal vez unas copas pueda hacer que sea García Márquez ". Así de iluso, me sometí a tus torturas y comenzamos a beber, a envainar tus caricias con las mías y a jugar que eramos algo, a inventar que en este preciso momento, en el pleno centro de la ciudad de Buenos Aires, eramos dos almas solitarias que se juntaban para no salir jamás. Entre un poco de mi amiga Stella y mi inimaginable chamuyo argentino, te engatuse, entre viejas historias de farras que nunca tuve, malandras que nunca me garparon un sueldo, y una pebeta, una gringa que me endulzaba el corazón. A carcajadas, recitando a mi amigo Carlos, gané unos espacios y varias sonrisas, y me trasladé a Marruecos, confesando que carezco de convicciones, que yo voy con el viento. Todo el bar se tiño de dos colores, comenzó a vibrar As Time Goes By y tú seguías tan dulce, que, me cambiabas un penique por mis pensamientos. Y yo seguía sin comprender, así que me endurecí cuando sacaba mi puro.
-No olvide que le estoy apuntando derecho al corazón.
-Es mi punto menos vulnerable, te respondí. 
-Creo que bajo su apariencia de hombre cínico, es usted un sentimental, dijiste.
Y de nuevo, perdí el rumbo de la realidad y el tiempo por un segundo. De todos los bares del mundo, justo tenía que entrar a este. Por un segundo, Rick Blaine entró a ese bar, tomo una copa y se sentó a mi lado, diciendome algo al oído.
-El mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos, solté, con un tono bajo, pero firme.
Me miraste, primero a mis ojos y luego a mi boca, dejando caer sobre nuestra ropa y mi mejilla "Bésame, bésame como si fuese la última vez."
Al salir de aquel bar, solo para tomar un poco de aire que me haga vivir aunque sea unos minutos más, una sonrisa dibuja mi rostro por que, de nuevo, la calle Corrientes me hizo caer en sus tretas. Pensé que era alguien, creí que tu eras de verdad y el amor también. Una pareja se paró a mirar la entrada para deducir que es lo el bar les ofrece, y me preguntaron cual es mi opinión. Con un gesto de aprobación moviendo la cabeza, entiendieron y decidieron entrar, preguntandome antes de que nacionalidad soy, por la duda de que no expresé palabra.
  —Soy borracho, respondí, y entre asombro y risas finalmente entraron.

Que joven es la vida y que viejo soy para morir ahora, tonto, triste, caminando entre la bruma de que alguna vez fui Rick Blane y tu Ilsa Lund, de que esta vez decidas quedarte conmigo y no subir a ese avión. De utilizar mi mano derecha para acariciarte la frente y correrte el pelo, mientras que la otra sostiene tu mejilla, escuchando el decir " siempre nos quedará París".
Iluso, solo el obelisco, con las pocas almas que todavía se siguen sumergiendo por ahí, quedan ahora en pie. Solo, solo tu y yo, Buenos Aires.

Murmullos de agua dulce.

No sé en que parte del relato, del camino, desvié mi visión, mis pensamientos y mi percepción. No recuerdo lo que es pensar en algo que no esté prehecho. No sé en que momento olvidé lo que sentía sentirse vivo, vivo por el hecho de sentir. En humedecerme con una diluida lluvia o ahogarme en un bar de melancolía. Será aquél bar, aquella tarde donde tu mano partía, se despedía y abandonaba una, una vez más mi cuerpo. Que otra vez caía, me golpea. Me abandonaba en el medio de Puerto Madero, entre el agua y las luces de la ciudad. Minutos antes, en el puente de la mujer, retrataba esa cálida imagen que siempre llevaré impregnada para toda mi vida. Reírnos al chocarnos borrachos, provocado el imparto por la falsa marea en la fragata Sarmiento mientras se sacudía la puerta de un viejo camarote. Ni mil lenguas de agua summarina puede quitarme el fervor que siento yo aquí. Asomada en la proa, iluminada por diminutas luces que reflejan en las cuerdas del barco la luna, te escucho hablar, pero, al mismo tiempo, te re descubro, me pierdo y me desvanezco a envolverme en esos dulces ojos negros. Se bajan las luces, se detiene la gente y el aire corta como una navaja. Me cuesta la respiración y la transpiración me brota por todo el cuerpo. Posiblemente esté muriendo por un caro cardíaco, o tal vez solo duró un momento. Desprestigiando al noble caballero del medioevo, dejé de escucharte inconscientemente para caer en los abismos de tu esencia. Sepa disculpar Mademoiselle pero no tuve otra oportunidad frente a tal pintura. ¿Donde quedaron esos momentos, esos instantes intensos, impulsivos, dolorosos, eternos, en que solo me matabas de esa forma? Solo moría a costa y por decisión tuya, solo moría, y volvía a morir por tí. Ahora, transito las mismas calles, las mismas personas que no conosco me vuelven a saludar y, aunque no me hablan, preguntan por tí, por lo que pasó y lo que ah ocurrido. Estos paisajes preguntan por tí y mis recuerdos también. A través de Celeris, veo por las ventanas la universidad donde juramos que nunca estudiariamos y que también nos bendijo con la sombra de Puerto Madero de amor eterno, me subía a un bloque de cemento y jugaba con un gran amigo al ser publicista de una empresa que tendría al mundo en su mano, como ahora mismo lo hacen tantas. Allí, cerca de los grandes estacionamientos, me irradia la piel el grandioso Luna Park, titán del rock que explotaba nuestras gargantas en gritos de rebeldía, como también nos susurraba canciones al oído. Así, tirado, con el papel que un día escribimos sin vernos la cara pero si el corazón, terminó el último cigarro que me congela un poco más, en un banco en pleno Puerto Madero. Como aquellos momentos que tanto reclamo, que tanto ansío, el viento se lleva las promesas, las canciones, los recitales melódicos en un automovil y mi alma.

Salmo 69 - Relectura (2012)


Desdichas no respondidas,    
Palabras sin oración.
Algarabías leales,
Sin ayuda, desazón.

Estoy aquí, pero no estás.
Creo y no te veo.
Murmuras, no vociferas.
Me siento un extranjero.

Pido para mi enemigo,
Descargas con castigo.
No, no los envíes a mí.
No los envíes a mí.

Carente del duro vigor,
Limosna pide mi voz.
Truculento desconsuelo
 Azota sin tu óbolo.

Necesito escucharte
Sin curvas ni denuestos.
 Ese silencio prohíbe
La resolución dentro.


Laberintos mentales (2010)


Duermo con dolor. No descanso, solo intento dormir. Hoy trato de crear otro mundo fuera de aquí. Un bosque en donde me encuentro con todos mis compañeros de la infancia. Esos amigos con los que pude haber ido a ver el primer partido del Mundial. La primera mujer que besé y a la que le hice el amor: Elsa. El primer abrazo que sentí de un amigo luego de meter un gol en el potrero de la esquina de mi casa. El puré de papas que mi madre solía hacer antes que todo esto empezara. Pero volvía a despertar.
            Veo otra vez esas vigas de metal caliente. Seguro queman al tocarlas. No se porque pienso eso, pero de seguro lo hacen.
            Cierro los ojos, y pienso en un intensivo llamado a mi perra Dolly. Esa cachorra, raza golden retriever que sabía quien era yo antes de conocerme. La sacaba a pasear, ella corría y me arrastraba atrás. Luego soñaba que me chocaba en una mística alegría con mi padre: Héctor. La distancia con él nos silenciaba, y por más que tratara de hablar, el maldito sueño imaginativo de mi estúpida y pobre conciencia me lo impedía.
           
            No se nada. No se que buscan. No se que quieren de mí.
           
            Creo que es de día, aunque ya no puedo distinguirlo. Al principio la radio se escuchaba a lo lejos, pero ya estoy alucinando que los sonidos atentan en mis desgraciados oídos. Tal vez sea de noche… no lo sé. No lo sé.
            Quiero recordar la nota más alta que me saqué en el colegio. Era buen alumno pero, no me sacaba todo diez. Era difícil. Pero me acuerdo vívidamente de mi profesora de cuarto año. Era estricta, pues, así eran todas. Sus rizos color café parecían secos y duros como el alambre que sostiene estas torpes vigas. Si algún día salgo de aquí, prometo construirme una casa que no tenga vigas. No quiero volver a recordarlas.

            Escuché un grito hoy. Era de una mujer, me asusté y me desperté, aunque no pude abrir los ojos. Los tengo tapados. Parece como si tuviese conjuntivitis, pero en verdad es una tela. El cuerpo me tiembla, y los brazos los tengo estirados. Estoy atrapado. Me parece mejor volar a otra parte. Veamos… veamos. ¡Ah, sí! Camino por una calle cerca de la avenida Corrientes. Paso por los negocios y teatros. No, no. Mejor no. Ya no es tan fácil imaginar. Esta situación me quita hasta el optimismo que me caracteriza.

            Dormí pero no soñé. Aunque dicen que se sueña siempre. Debe ser que no lo recuerdo, pero si me esfuerzo, tal vez lo recuerde. Creo que se trataba de una casa. En ella se encontraba mi primo Eulalio. Me ofrecía una taza de café con un gusto extraño, ácido. Lo probaba y mis manos se transformaban, se convertían en diferentes formas. Primero en una pelota de fútbol, luego en un pincel, más tarde en una radio. La radio emitió un sonido. Otro grito más. Otro grito más me despertó y me cortó el sueño. Creo que me volví a dormir y ni siquiera me di cuenta. Volvía a soñar lo mismo.
            Ya no es como hace unos días. Antes podía memorizar los contornos de mis amigos, las líneas que bordeaban el mágnifico y sensual cuerpo de Elsa, o los enormes y tozudos brazos de mi padre, y el mullido y amarillento, casi blancuzco, puré de papas que mi madre hacía. Esto es obra del demonio. ¿Qué hago si ni siquiera puedo quedarme hipnotizado con mis propios laberintos mentales?

            Hoy se corrió mi venda. Esa tela oscura maldijo mi conciencia. La luz penetró con horror mis ojos. Me hizo acordar a las mañanas cuando iba al colegio. Quise llorar de emoción, pero no pude. ¡Siento que hay tantas cosas que ya no puedo hacer! ¡No puedo moverme, ni hablar, ni gritar, ni pensar; no puedo ver ni tocar!
            Quiero irme de aquí. ¿Será posible?
            Alguien vino más tarde y me puso la venda nuevamente. No fue nada dulce, es más, fue brusco y atolondrado. Ya no puedo ni siquiera imaginar mi imaginación. Este odioso, tétrico y perverso espacio me quitó lo más preciado: mis anhelos.
            Quiero… quiero algo, quiero esto, y quiero lo otro. Quiero volver a ver, quiero hacer todas esas cosas que me quitaron. Y ni siquiera se porque me las quitaron.
            ¡Por favor, alguien que me escuche!
            Me respondió el hondo y vacío silencio.

            Siento que alguien se acerca, me retira la venda y veo algo. Veo esas putas vigas de nuevo. Veo a un tipo, no se cómo describirlo. Son todos iguales creo. Ahora puedo imaginar otras nuevas cosas, las figuras y los reflejos que mi vista vislumbra, emocionan nuevamente mi subconsciente.
            Alguien me golpea. Me duele. Vuelvo a dormir con dolor. Pero tengo el regocijo de dormir con un sueño nuevo.
            Estoy siendo perseguido por un pulpo gigante. Violeta y casi marrón. Es malévolo, me quiere comer. Es una pesadilla, pero por lo menos es novedoso. De repente, giro mi cabeza y tengo una espada para combatirlo. La tomo y lo mato con ella. El sueño termina.
            Ya no veo a mis compañeros del colegio, ni de la cuadra de mi casa, no camino por la avenida Corrientes, ni abrazo a mi padre, ni hago el amor con Elsa, ni tampoco como ese exquisito puré de papas. Extraño a Elsa. Extraño a mi madre, a mi padre, a mis amigos. Todo mí alrededor está quieto, pero creo que lo peor de todo es que mi cabeza es la única que se mueve. Internamente, como siempre. Revolotean ideas y figuras maravillosas que ya no puedo plasmar en una hoja y en un papel. Ya no podré. Se que de aquí no saldré más. Por lo menos vivo.
            Me colocan la venda nuevamente, y esas vigas son las últimas fotografías visuales que focalizo. Mis ojos lloran y mi nariz me empieza a picar. Mis manos son incapaces de rascar. Me siento solo y con dolor. Lo único que recuerdo son esas vigas metálicas, negras azabache que azotan con atacarme. El lugar, pues creo que estoy en no se qué escuela de mecánica.
            Tengo miedo.