viernes, 8 de febrero de 2013

Laberintos mentales (2010)


Duermo con dolor. No descanso, solo intento dormir. Hoy trato de crear otro mundo fuera de aquí. Un bosque en donde me encuentro con todos mis compañeros de la infancia. Esos amigos con los que pude haber ido a ver el primer partido del Mundial. La primera mujer que besé y a la que le hice el amor: Elsa. El primer abrazo que sentí de un amigo luego de meter un gol en el potrero de la esquina de mi casa. El puré de papas que mi madre solía hacer antes que todo esto empezara. Pero volvía a despertar.
            Veo otra vez esas vigas de metal caliente. Seguro queman al tocarlas. No se porque pienso eso, pero de seguro lo hacen.
            Cierro los ojos, y pienso en un intensivo llamado a mi perra Dolly. Esa cachorra, raza golden retriever que sabía quien era yo antes de conocerme. La sacaba a pasear, ella corría y me arrastraba atrás. Luego soñaba que me chocaba en una mística alegría con mi padre: Héctor. La distancia con él nos silenciaba, y por más que tratara de hablar, el maldito sueño imaginativo de mi estúpida y pobre conciencia me lo impedía.
           
            No se nada. No se que buscan. No se que quieren de mí.
           
            Creo que es de día, aunque ya no puedo distinguirlo. Al principio la radio se escuchaba a lo lejos, pero ya estoy alucinando que los sonidos atentan en mis desgraciados oídos. Tal vez sea de noche… no lo sé. No lo sé.
            Quiero recordar la nota más alta que me saqué en el colegio. Era buen alumno pero, no me sacaba todo diez. Era difícil. Pero me acuerdo vívidamente de mi profesora de cuarto año. Era estricta, pues, así eran todas. Sus rizos color café parecían secos y duros como el alambre que sostiene estas torpes vigas. Si algún día salgo de aquí, prometo construirme una casa que no tenga vigas. No quiero volver a recordarlas.

            Escuché un grito hoy. Era de una mujer, me asusté y me desperté, aunque no pude abrir los ojos. Los tengo tapados. Parece como si tuviese conjuntivitis, pero en verdad es una tela. El cuerpo me tiembla, y los brazos los tengo estirados. Estoy atrapado. Me parece mejor volar a otra parte. Veamos… veamos. ¡Ah, sí! Camino por una calle cerca de la avenida Corrientes. Paso por los negocios y teatros. No, no. Mejor no. Ya no es tan fácil imaginar. Esta situación me quita hasta el optimismo que me caracteriza.

            Dormí pero no soñé. Aunque dicen que se sueña siempre. Debe ser que no lo recuerdo, pero si me esfuerzo, tal vez lo recuerde. Creo que se trataba de una casa. En ella se encontraba mi primo Eulalio. Me ofrecía una taza de café con un gusto extraño, ácido. Lo probaba y mis manos se transformaban, se convertían en diferentes formas. Primero en una pelota de fútbol, luego en un pincel, más tarde en una radio. La radio emitió un sonido. Otro grito más. Otro grito más me despertó y me cortó el sueño. Creo que me volví a dormir y ni siquiera me di cuenta. Volvía a soñar lo mismo.
            Ya no es como hace unos días. Antes podía memorizar los contornos de mis amigos, las líneas que bordeaban el mágnifico y sensual cuerpo de Elsa, o los enormes y tozudos brazos de mi padre, y el mullido y amarillento, casi blancuzco, puré de papas que mi madre hacía. Esto es obra del demonio. ¿Qué hago si ni siquiera puedo quedarme hipnotizado con mis propios laberintos mentales?

            Hoy se corrió mi venda. Esa tela oscura maldijo mi conciencia. La luz penetró con horror mis ojos. Me hizo acordar a las mañanas cuando iba al colegio. Quise llorar de emoción, pero no pude. ¡Siento que hay tantas cosas que ya no puedo hacer! ¡No puedo moverme, ni hablar, ni gritar, ni pensar; no puedo ver ni tocar!
            Quiero irme de aquí. ¿Será posible?
            Alguien vino más tarde y me puso la venda nuevamente. No fue nada dulce, es más, fue brusco y atolondrado. Ya no puedo ni siquiera imaginar mi imaginación. Este odioso, tétrico y perverso espacio me quitó lo más preciado: mis anhelos.
            Quiero… quiero algo, quiero esto, y quiero lo otro. Quiero volver a ver, quiero hacer todas esas cosas que me quitaron. Y ni siquiera se porque me las quitaron.
            ¡Por favor, alguien que me escuche!
            Me respondió el hondo y vacío silencio.

            Siento que alguien se acerca, me retira la venda y veo algo. Veo esas putas vigas de nuevo. Veo a un tipo, no se cómo describirlo. Son todos iguales creo. Ahora puedo imaginar otras nuevas cosas, las figuras y los reflejos que mi vista vislumbra, emocionan nuevamente mi subconsciente.
            Alguien me golpea. Me duele. Vuelvo a dormir con dolor. Pero tengo el regocijo de dormir con un sueño nuevo.
            Estoy siendo perseguido por un pulpo gigante. Violeta y casi marrón. Es malévolo, me quiere comer. Es una pesadilla, pero por lo menos es novedoso. De repente, giro mi cabeza y tengo una espada para combatirlo. La tomo y lo mato con ella. El sueño termina.
            Ya no veo a mis compañeros del colegio, ni de la cuadra de mi casa, no camino por la avenida Corrientes, ni abrazo a mi padre, ni hago el amor con Elsa, ni tampoco como ese exquisito puré de papas. Extraño a Elsa. Extraño a mi madre, a mi padre, a mis amigos. Todo mí alrededor está quieto, pero creo que lo peor de todo es que mi cabeza es la única que se mueve. Internamente, como siempre. Revolotean ideas y figuras maravillosas que ya no puedo plasmar en una hoja y en un papel. Ya no podré. Se que de aquí no saldré más. Por lo menos vivo.
            Me colocan la venda nuevamente, y esas vigas son las últimas fotografías visuales que focalizo. Mis ojos lloran y mi nariz me empieza a picar. Mis manos son incapaces de rascar. Me siento solo y con dolor. Lo único que recuerdo son esas vigas metálicas, negras azabache que azotan con atacarme. El lugar, pues creo que estoy en no se qué escuela de mecánica.
            Tengo miedo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario